Es un dato estadísticamente comprobado que después del verano hay más parejas que deciden poner fin a su relación, sea matrimonial o no, lo que se traduce en un incremento en el número de demandas presentadas en los juzgados a lo largo de los meses de septiembre y octubre.

 

Según el estudio realizado anualmente por el Instituto Nacional de Estadística, en virtud del Convenio suscrito con el Consejo General del Poder Judicial, parece que durante el verano se deciden el 33% de las separaciones, y uno de cada tres divorcios se produce en el mes de septiembre.

Las separaciones en verano parecen tener una explicación bastante obvia. Según los expertos, una de las causas puede encontrarse en la falta de una verdadera convivencia a lo largo del curso laboral, y un exceso de la misma a lo largo del periodo estival, por muy contradictorio que pueda parecer.

Los períodos de vacaciones prolongados suelen asociarse a relax, ocio, descanso, familia… y es cierto que en muchos casos es así, pero no en todos. En ocasiones, en ese período se depositan las esperanzas de la pareja para ‘limar asperezas’ y partir de cero, dentro de un clima más relajado que el resto del año.

Siempre se ha dicho que la convivencia es la principal causa del deterioro de las relaciones, y si eso puede ser así incluso en aquellas que funcionan razonablemente bien, mucho más en las que no lo hacen. En efecto, si observamos el día a día de la mayoría de las familias nos damos cuenta de que apenas hay convivencia, salvo excepciones contadas.

Los horarios laborales de los progenitores y las obligaciones escolares y extraescolares de los hijos traen como consecuencia que cada vez sea más frecuente que la familia al completo se vea a primera hora de la mañana y ya no lo vuelva a hacer hasta casi la hora de cenar con lo que, realmente, la convivencia de la pareja queda reducida a apenas un par de horas al día. En ocasiones incluso puede ser todavía más problemático, como sucede en los casos en los que uno de los miembros de la pareja trabaja de noche y el otro de día, siendo imposible prácticamente coincidir salvo los fines de semana, y no siempre.

El resultado prolongado de esta rutina, conduce a una falta de comunicación entre los miembros de la pareja, siendo este uno de los principales motivo de ruptura. Como consecuencia, en el período vacacional, la pareja se ve abocada a un “exceso de convivencia” al que no está acostumbrada, traduciéndose este hecho en ocasiones, en un serio problema.

Es por ello por lo que, durante ese periodo, en el que además hay más tiempo para reflexionar, muchas parejas que ya arrastraban una crisis previa se dan cuenta de la verdadera dimensión del problema, de que cada vez son más las cosas que les separan que las que les unen etc, etc… y es entonces cuando deciden afrontarlo y ponerle fin una vez pasadas las vacaciones.

Otra de las razones, en los casos en los que hay hijos, y sobre todo si son menores de edad, es que los progenitores suelen respetar el periodo vacacional de los mismos, no quieren estropearles sus merecidas vacaciones con “problemas de adultos”, y por eso deciden retrasar el momento de la ruptura, dado que el mes de agosto es inhábil judicialmente, salvo para cuestiones urgentes.

Por otro lado, una crisis de pareja no surge de la noche a la mañana sino que se suele ir fraguando poco a poco, y esa ruptura suele conllevar un traslado de domicilio para uno de los progenitores, situación que afecta directamente a los hijos porque también han de trasladarse a éste, bien sea en sus visitas al progenitor no custodio, bien sea en el periodo de guarda y custodia compartida si no se estableció un uso alternativo de la vivienda familiar.

Ante la existencia de estas cuestiones, los progenitores suelen ir posponiendo la ruptura intentando que su decisión altere lo menos posible la vida de aquellos y que no afecte de modo negativo, por ejemplo, en sus rutinas habituales y sus resultados escolares. Por eso, el comienzo del nuevo curso escolar se suele ver como el periodo “más adecuado” para el cese de la convivencia.

Al hilo de la falta de convivencia y del “exceso” repentino de la misma, desde García Marín – García Cervera Abogados, tuvimos ocasión de conocer un caso en el que una pareja decidió divorciarse tras 40 años de matrimonio, apenas seis meses después de que el marido se hubiese jubilado y tras haber trabajado siempre en turno de noche. La razón que esgrimieron fue precisamente la de que, una vez se vieron abocados a convivir 24 horas al día, algo que prácticamente nunca antes habían hecho en 40 años, se dieron cuenta de que era una situación que no podían sobrellevar dado que, tras los años y la falta de convivencia, se consideraban prácticamente como dos desconocidos. Es un caso extremo, pero que viene a refrendar en contenido de este post, siendo además una realidad hoy en día el incremento de rupturas de personas de una edad madura, a partir de los 60 años, situación que hasta hace muy poco era más infrecuente.

En cualquier caso, y como de costumbre decimos, si te encuentras en una situación parecida o necesitas resolver cualquier duda al respecto de este tema, en García Marín – García Cervera Abogados estamos a tu disposición para ayudarte en lo que puedas necesitar, como expertos en esta materia.